Canciones de España


  • 1981
  • ÁLBUM
  • España

Todo lo que Rocío Jurado canta es verdadero. Y no porque lo sea siempre de antemano, sino porque su estilo, refinadamente salvaje, le otorga repentina y honda credibilidad. Hay, entre las pasiones que realzan sus labios generosos, algo que procede de mucho más lejos que ella y que va también mucho más lejos. Ese algo se llama verdad. Naturalmente, dicha verdad es tal en cualquier circunstancia, pero resulta más sensible cuando se ciñe al campo clásico de la canción española, en el que cada grito, susurro y suspiro evocan lentamente la pérdida completa del sentido. En esa pérdida, roja y blanca a un tiempo, halla Rocío Jurado su compromiso peculiar.

Se compromete a no imitar ni hacer parodia cuando resucita los viejos éxitos del repertorio más español. Se compromete a identificarse con el desamor de Rocío, la huida de Triniá, el misterio de La Parrala, el crimen amoroso de La Guapa, los negros latidos por un piconero, la envidia por el mimbre de Antonio Vargas, la intríngulis de La Zarzamora, los ojos calenturientos de La niña de Puerta Oscura, el cuchillo de la vendedora de lotería y el único beso no vendido de La Bien Pagá. Y se compromete consigo misma al identificarse con esas heroínas nacionales más que con las intérpretes que entonaron sus penas previamente.

En el fondo, este compromiso, libre de toda ideología y solo prisionero del corazón, da resueltamente noticia de la pretendida irracionalidad femenina. Rocío experimenta en carne propia la mentira. Triniá se deja deslumbrar por los diamantes de un banquero americano y abandona a un pintor con su mustio pincel entre las manos. La Parrala, para echarle más leña al fuego, dice sí y dice no a todas las preguntas. La Guapa, «una hembra comprometida», por perder, pierde hasta el nombre. La Zarzamora llora y llora por los rincones de la calle del dolor. Lola, La niña de Puerta Oscura, espera todavía que le abran la prometida casa de coral. La vendedora de lotería pasea por la calle del Sacramento ofreciendo la suerte… para mañana. Y La Bien Pagá enarbola un desplante digno de Antonio Machado. Todas estas mujeres, resumidas y prolongadas en Rocío Jurado, derrochan naturalidad.

Ese es el mérito de una cantante comprometida, acompañada de un buen sabor orquestal. Rocío Jurado destroza la sentencia, hasta el momento válida, de Ramón Gómez de la Serna: «Todo borrón se seca. Así es la vida.» Porque Rocío Jurado vive y canta para que ese borrón conserve eternamente su humedad, su verdad, su emotiva contradicción.

José-Miguel ULLÁN

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