Saetas


  • 1963
  • EP
  • España

Hay una copla flamenca, que no necesita de la guitarra para ser cantada y que conmueve como ninguna otra a Sevilla, en la madrugada del Jueves al Viernes Santo: esta copla es la «Saeta». En estos cinco versos se condensa toda la religiosidad de un pueblo bautizado hace cientos de años con el sobrenombre de «Tierra de María Santísima». Necesita la «Saeta», aparte de voz, otras varias condiciones para que su impacto llegue al corazón de las multitudes.

Rocío Jurado, esa muchacha morena que vino un día de su playa de Chipiona a la Villa del Oso y del Madroño a sentar plaza de tonadillera, reúne todas las virtudes para poder cantarla. Rocío «llora» sus saetas, las «mece» en su garganta, conjuga la pena honda de la «Siguiriya» o de la «Soleá» con el limón amargo del «Martinete». Desde que inicia el primer tercio en el balcón de la plazuela cuajada de miles de almas por dónde pasa la imagen, se produce ese silencio espeso de las grandes solemnidades, y la hiedra del escalofrío —como diría Lorca— se manifiesta entre los espectadores, atónitos ante la belleza del momento. La luna de Parasceve, curiosa y madrugadora, se asoma para escucharla junto a la sombra canela de La Giralda...

Rocío va apuñalando la noche con su «Saeta», que se enreda en los flecos del palio y en los varales de oro del «paso» de la Esperanza.

Despierta s’eña Santana
y asómate a las almenas,
que ya viene la mañana
y va por la Resolana
llorando la Macarena.

Un olé tremendo salido de miles de gargantas corona el final de la copla, que sube hasta el cielo en la madrugada más hermosa de Andalucía.

Mientras en España haya vírgenes como las de Sevilla y voces como las de Rocío Jurado, la «Saeta» no podrá morir nunca.

Rafael de León

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