Paloma brava, tierra leona

por Ricardo Cantalapiedra

Rocío Jurado es una esteta (o dos). Rocío puede mucho, pero no sólo por las memorables glándulas, sino, sobre todo, por el volcán que lleva dentro, siempre dispuesto a estallar. Sin embargo, como casi todas las folclóricas (Raphael incluido), tiene una tendencia incontrolada hacia la demasía, una propensión visceral a desahogos íntimos que nada tienen que ver con el concierto y que rompen el ritmo del espectáculo, la magia del escenario. Rocío es mucha Rocío. Jaime Azpilicueta ha planteado un espectáculo brillante en el que no se han escatimado medios ni voluntad. Lo que pasa es que Rocío Jurado es como una ola, como un ciclón imprevisible. Entre canción y canción se salta a la torera el libreto e improvisa monólogos obvios y piropos apasionados al respetable. Bien es cierto que a sus incondicionales les va la marcha y aprovechan cualquier ocasión para jalear a la tonadillera, cosa que a ella le encanta. «Sois divinos... Todo os lo debo... Esta noche es muy importante para mí...». «Me hacéis vibrar...». Efectivamente, vibra, se palpa el abdomen, se queda traspuesta, hace como que llora, hace como que ríe, es acosada por temblores ambiguos y se queda inmóvil como una estatua, aguantando morbosamente el delirio de las mariposas.

En su presentación hubo de pelear con los nervios desatados y con el sonido esquivo, pero su voz y su coraje se fueron afianzando progresivamente. Una cosa es evidente: Rocío Jurado es una flamenca que se ha metido a tonadillera por exigencias del mercado. De hecho, los momentos de más calidad se produjeron cuando, agazapada tras una preciosa bata de cola blanca, cantó fandangos y seguidillas acompañada por dos guitarristas, cuatro palmeros y doce bailaores.

En cuanto a su repertorio, rindió demasiado culto a Manuel Alejandro, compositor de postín por cuyos favores musicales se tiran de los pelos todas las folclóricas (Julio Iglesias incluido), pero que sólo puede causar melancolía en los amantes de la tonadilla y el cuplé. Escuchando las piezas de Manuel Alejandro, a uno le entra la añoranza nostálgica, de Quintero, León y Quiroga.

Rocío es muy lista, como todo el mundo sabe. En su concierto hubo toques culteranos: una serie de secuencias del Amor brujo, de Falla/Saura, en una pantalla gigante. Y la pleitesía a Federico, en consonancia con la ola lorquiana que nos invade y con su amistad con Rodríguez de la Borbolla.

En definitiva, Rocío Jurado ha querido dejar claro que a ella no le gana nadie, ni a voz, ni a flamenca, ni a tonadillera, ni a rumbosa, ni a guapa. Pero, de igual forma que otra famosa coplera tiene que aprender a salir al escenario sin fantasma y sin niño, Rocío tiene que aprender a presentarse sin desahogos íntimos y sin boba a la galería. No hay cosa más bella y más emocionante que un artista lidiando con su soledad. Y eso ella está en condiciones de realizarlo, porque pueden más dos tetas que cien carretas.

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