Solo admito el aborto en el momento mismo de la violación

Rocío Jurado se ha convertido en la niña mimada de la RCA, por obra y gracia de un disco, «Señora», que suena con machacona insistencia en todas las emisoras, y en el que por primera vez cultiva lo que podríamos llamar la canción sexy estandarizada. Por otra parte, es posible que sea la «Evita» latina en los escenarios. Folklórica en sus comienzos, cristiana y decente, Roció es hoy un valor sólido y domesticado.

por Maruja Torres

«Soy conservadora, religiosa y apolítica porque me viene de familia»
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«Soy conservadora, religiosa y apolítica porque me viene de familia»

Cuando conocí a Rocío Jurado, hace ocho años, era tan religiosa, conservadora y apolítica como ahora. Es decir, como está mandado para no contrariar a este público al que tanto quiero y al que tanto debo. Pero, de alguna forma, y recuerdo que entonces lo escribía, era un poco la caricatura de sí misma, el retrato-robot de una flamenca dibujado por ella misma, de memoria y con un lápiz roto. Hoy, convertida por obra y gracia de «Señora», ese LP que suena en todo momento por la radio, en protagonista de un «boom» tan elaborado como insistente, Rocío Jurado es un claro ejemplo de folklórica domesticada, cuyas canciones deleitan a las amas de casa de la clase media tanto como al público gay que viene apoyándola desde sus comienzos. Rocío Jurado quiere, además, ser «Evita» en los escenarios españoles y eso sería algo más que ser señora. Sería meterse en la ópera-rock y dejar todo lo atrás posible a la chipionera impaciente que te estrujaba contra sus generosos pechos como si en vez de recibirte para una entrevista te ofreciera una visita a su tráquea. Hoy, Rocío, que en el pasado vivió amparada por una saga de mujeres que le servían de placenta, es una cautelosa artista con marido famoso y ex boxeador (Pedro Carrasco, como ya saben, negociante en bingos) y con secretario que se balancea en torno a ella como una corriente de aire tibio, pendiente de sus menores necesidades. La RCA ha invertido un buen dinero en la promoción de «Señora» y Rocío Jurado anda inmersa en esa campaña que la ha colocado por primera vez en los «hit parades»: porque para llegar a ellos no era suficiente con ser religiosa, apolítica y conservadora. Había también que estandarizarse, o refinarse, o dejar a un lado el lápiz roto y la caricatura. Jurado ya sólo se ríe de Jurado en la intimidad, cuando no hay peligro de magnetófono a la vista.

—Antes eras más espontánea, ¿no?

—Bueno, sí, Ahora puedo serlo en algunas cosas, pero es que antes lo era demasiado y a veces eso podía irme en contra. Porque hay gente que confunde lo espontáneo con lo vulgar. Pero no, yo todavía tengo mis momentos como cuando nos conocimos, pero tengo que estar un poquitito con la rienda puesta.

—¿El matrimonio te ha puesto rienda?

—No. Yo ahora tengo un Pedro que estoy muy feliz con él porque precisamente me deja mucho ser como soy, no como el novio aquel que tuve, el hermano gemelo del marido de Salomé, que era un hombre con otro tipo de exigencias.

—Junto a esta pérdida de la espontaneidad se produce el cambio hacia una canción más sofisticada.

—Pero yo creo que las de ahora tienen un lenguaje mucho más directo.

—Porque te atreves a abordar temas sobre sexo. Que, por cierto, en la canción «Amores a solas» no le echas demasiado entusiasmo al jadeo. Reconoce que Jane Birkin lo hacía mejor.

—Mujer, es que no se trata sólo de jadear, se trata de cantar. Pero de vez en cuando esa chispita es muy bonita, no, muy femenina. Y no me paso. Porque todo lo que sea pasarse deja de gustarme a mí.

—Lo que yo quería decir antes es que parece que has dejado el flamenco. ¿Con él no se llega a las listas de éxitos?

—Claro que no. El del flamenco es un público mucho más minoritario. Aunque yo, en mi «show», sigo metiendo algo. Pero ahora, con estas canciones, he cantado en un Madison Square Garden ante veintidós mil personas, en el estadio de Miami, en el Auditorium de México.

—O sea que ahora eres más negocio que antes. Hace poco has estado en Chile, en el festival de Viña del Mar, haciendo de jurado. ¿No te preocupa, tal como están allí las cosas?

—No, está muy bien, muy bien. Está muy tranquilo todo, la gente muy bien, y se respira felicidad. Tú sabes que aquí crean un clima que dicen que no todo está bien allí. Yo, desde luego, lo que he vivido, claro que era en un piano diferente de estar con el pueblo. Pero mira, me llevó un taxista al aeropuerto, y él también me dijo que la tranquilidad que tenía y el respeto que había ahora para todo el mundo no lo había habido en épocas anteriores.

—Vaya por Dios. ¿No sería un policía camuflado? Lo digo porque aquí, cuando Franco, había la tira de policías haciendo de taxistas.

—Ay, pues eso yo no lo sé. Tú sabes que yo en esos problemas no me he metido nunca en mi vida,

—En alguna entrevista que he leído por ahí te has definido como conservadora, y evidentemente lo eres. Conservadora, religiosa y lo que se suele llamar «apolítica»: tres características muy propias de la folklórica, sofisticada o no.

—Pues sí. Bueno, yo soy conservadora en cosas, en mi sentido de la familia, por ejemplo, tengo un sentido de clan, y ahora mismo estoy muy triste porque fíjate, ha muerto mi madre, ha muerto mi abuela, mi hermana se ha casado y se ha ido a vivir a Sevilla, mí hermano también. Únicamente sigue conmigo Juan, mi secretario, y ahora tengo a una prima de mi madre, de Chipiona, que me la llevo en los viajes. Yo me rodeo siempre de gente de mi familia porque pienso que me quieren y que me van a ayudar.

—¿Eso quiere decir que desconfías del mundo?

—Bueno, por lo menos de los tuyos puedes fiarte un poco más, aunque segura, nunca puedes estarlo de nada.

—Siguiendo con el tema, sigues siendo tan religiosa como antes, con tu Virgen de la Regla en la mesilla.

—Sí. En mi caso corresponde a una realidad, porque lo he demostrado a lo largo de mi vida. Es una cosa que me viene de la familia. Yo he demostrado que nunca he tenido líos.

—Conocidos.

—No, no, no he tenido. He sido una persona que ha tenido un novio, luego he conocido a otro hombre, me he enamorado, me he casado, normal. El sentido religioso me lo han inculcado y no me lo quiero quitar, porque estoy muy a gusto así. A mí me nace, y de otra forma estaría insegura, con problemas. Mi madre decía que como era verdaderamente feliz era haciendo lo que ella creía que tenía que hacer. Mi madre se quedó viuda con treinta y dos años y nunca más volvió a fijarse en ningún otro hombre.

—A mí eso me parece monstruoso.

—Yo se lo decía, mamá, es que tú pareces exagera, porque no te gusta ni que te echen un piropo. Pero era feliz así. Y a mí me ocurre un tanto de igual. Tengo más relax así.

—Ya sólo me falta que me digas que te casaste virgen.

—Pues posiblemente. Pero no te lo voy a decir, porque esas cosas ya no se llevan, vamos, ni hablarlas.

—No, si no me interesa. Era por un decir.

—Además, yo soy partidaria de las relaciones prematrimoniales.

—Pues te advierto que el Papa no. Lo digo por tu religiosidad.

—Bueno, ¡es que el Papa está en contra de todo! Si ha dicho que está en contra de los homosexuales, y eso a mí me parece inhumano. Se supone que el Papa debe dar el ejemplo, no, y demuestra una falta de humanidad tremenda. Como con lo del divorcio, que no se puede condenar a la gente a vivir juntos toda la vida cuando ya no se quieren.

—¿Qué piensas del aborto?

—A mí no me gusta nada el aborto.

—A las que abortan tampoco, Rocío.

—Bueno, pero es que yo creo que existen muchos medios para que eso no se tenga que producir. Yo únicamente puedo justificar un mucho o un poco el aborto cuando, cuando... ¿Tú te acuerdas en Italia, no recuerdo dónde, de unas emanaciones, de unos gases?

—Fue en Seveso.

—Eso es. Ahí sí lo justifico yo, porque existía el peligro de que esos seres que fueran a nacer nacieran deformes. O por violación, por ejemplo. La persona que ha sido ultrajada debe de hacer lo posible, en el momento mismo en que ha sido ultrajada, para que el embarazo no se produzca.

—¿Cómo?

—No, no, que no se produzca. O sea, en ese mismo momento de la violación someterse a un tratamiento...

—Rocío, no entiendo nada.

—Yo sí. Que debe de haber algo o que se debe de inventar para que en ese momento, en ese mismo momento que todavía no se ha producido la primera falta, eso que se dice, pues hacer algo. Porque encima de que te violen tener toda la vida un hijo que te lo recuerde, o sea, que yo me pongo en ese lugar y me puedo morir.

—Y vamos a por lo de apolítica. ¿También te viene de familia?

—Pues sí. Además yo tengo una política de artista, ¿no? O sea, yo me gusta mucho llegar a cuanto más público mejor.

—Desde luego, resulta mucho más rentable.

—Lo que me gusta es agradar a todo el mundo 'y además a mí misma, y yo la injusticia me disgusta esté en la parte que esté.

—¿Tú eres feminista?

—Yo soy feminista. Yo soy una defensora de los derechos de la mujer, pero no soy una feminista desespera. O sea, yo le doy a cada ser humano su lugar, ya sea hombre o sea mujer, pero no soy de esas desesperás que dicen que todo lo de los hombres es malísimo. O sea, yo necesito del hombre.

—En tu carrera también hay una constante: la fidelidad de tu público gay.

—Mira, yo creo que todas las mujeres que de una forma u otra alcanzamos una popularidad y somos admiradas por los hombres, tenemos bastantes fans gays, porque ellos eso lo admiran muchísimo, se sienten identificados, es lo que querrían ser, o querrían merecer una atención igual. Entonces se vuelcan en nosotras, en las mujeres que triunfamos en este mundo del arte. Además ten en cuenta que han sido una gente muy marginada y que se han encontrado muy solos, y nosotras, porque también nos ha venido muy bien, les hemos dado mucho calor. Porque, hablando egoísta-mente, es un mercado, ¿no? O sea, que yo lo veo como es, no estoy haciendo ningún mito ni ninguna cosa, estoy viéndolo como es. Independientemente de eso, yo considero que la marginación del homosexual es muy injusta, porque Dios lo mismo ha hecho al macho, a la hembra o al homosexual. Entonces debe ser considerado como un ser humano cualquiera.

—Háblame de las folklóricas de ahora: sois como cerezas, nunca os acabáis. La Pantoja, la Jiménez, la Conde, que van de flamencas modernas, sexys, un poco en tu línea...

—Mira, yo soy de una manera que a mí me gusta decir las cosas buenas. O sea, que yo ahora podría decirte que fulanita a veces se puede pasar, que fulanita no llega y que fulanita a veces se puede dejar influenciar por algún otro artista. Pero como me gusta decir lo bueno, pues María Jiménez tiene mucha garra, de verdad, es una mujer luchadora, que consigue cosas, cuando está en un escenario llega, y es muy moderna en las cosas que hace. Marian Conde tiene una bonita voz, me gusta, hay cosas de ella que que gustan mucho. E Isabel Pantoja es una muchacha muy guapa, que está muy bien en escena, sabe andar por el escenario y tiene mucho gusto cantando.

—Vaya, que eres una santa. ¿Y ese proyecto de hacer «Evita»? Sabrás que Eva Perón fue un personaje político.

—Mujer, claro, yo sé que lo es, que es un mito grandioso de Argentina, del pueblo argentino, que es raro, porque los de derechas piensan que era de izquierdas y los de izquierdas piensan que era de derechas, es un personaje curioso, no, es como Jesucristo, entonces por eso se ha hecho tan famoso. Pero a mí me interesa «Evita» como ópera rock, y yo lo voy a hacer como un paso artístico que me interesa mucho a mí, no voy a afrontar el personaje desde un sentimiento político, porque yo voy por la partitura. Pero es que, con todo lo que ya he hecho, si la Jurado hace ahora «Evita»... Porque yo me acuerdo que cuando vi «Jesucristo Superstar» pensé qué papel, qué obra, ojalá hubiera una pero en mujer para hacerla yo. Y ahora la tengo. Lo que pasa es que yo soy muy crítica de mí misma, y hasta que haya hecho la maqueta con todas las canciones y vea si me va, pues no me comprometo, porque no me gusta afrontar una cosa a lo loco. Pero «Evita» sería rizar el rizo, y si saliera bien, que esto ya no lo pongas, porque no me gusta que se diga, ya de ahí a Broadway, porque un empresario muy importante me ha dicho que hoy en día falta allí la gran estrella latina que han tenido siempre.

Y la gran estrella latina se despereza dentro de su bata rosa de estar en la habitación como en el camerino, dentro de sus chinelas rosas, y da el visto bueno a la ropa que ha de ponerse por la noche, la ropa que Juan, el secretario solícito, va escogiendo amorosamente, que si el malva te queda divino, Rocío, que si debajo te pones el buzo fucsia, que si oye Maruja te parece que este bolso le pega con los zapatos. Y Rocío, cansada y quizás un poco triste, pero con su Virgen de la Regla a mano, las fotos de su niña, de su madre y de su abuela muertas formando casi un altarcillo, con su Juan alerta siempre, se relaja y piensa en América. De Chipiona a América. Del Norte, señora.

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