Rocío Jurado

Por dentro y por fuera

por Isabel Mallina

En su matrimonio «el sexo es importante», porque no concibe el amor sin el sexo. Y aunque «soy tranquila en la cama, cuando me entrego, mi calificación es diez».
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En su matrimonio «el sexo es importante», porque no concibe el amor sin el sexo. Y aunque «soy tranquila en la cama, cuando me entrego, mi calificación es diez».

Con el pelo al viento, teñido de un color rubio cobrizo, va por la vida levantando oleadas de entusiasmo, entre sus seguidores, se encuentran los mariquitas, «personas que me producen mucha ternura». La de Chipiona, huérfana de padre a los doce años, abandonó su tierra, a los quince abriles, en busca de fortuna en un Madrid donde luchó sin descanso para abrirse camino. En ese camino apareció un rico valenciano, su primera gran pasión. Después, llegaría la ruptura cuando no estaba recuperada del amor perdido, conoció a Pedro Carrasco: su segundo amor, su último refugio. Aquí está, la Jurado, a pecho descubierto.

EN EL EXTERIOR, EL CLAMOR DE LOS MARIQUITAS

«¡Rocío, qué poderío!», grita emocionado un mariquita, brincando en su asiento del patio de butacas, mientras que la Jurado, desde el centro del escenario, extiende su afiliado y redondo brazo señalando entre el público una figura imaginaria. Su voz, transida de pasión y sufrimiento, desgrana la canción: «Ese hombre que tú ves ahí, que aparenta ser divino, tan afable y efusivo, sólo sabe hacer sufrir...».

Y en las secas entrañas de los mariquitas palpita con fuerza un atávico impulso de maternidad reprimida: «¡Roció, guapa, no sufras!», gimen sus voces protectoras.

«¡Pero qué bien dotada estás, hija mía», aclama otro mientras devora, con sus ojos de menta, el exultante y poderoso cuerpo de Rocío: 103 de pecho, 74 de cintura y 100 de caderas.

«¡Qué porte, qué donosura!»; «¡Con qué gracia mueves ese cuerpo que te regaló tu madre!»; «¡Qué hermosura, qué portento!». Las gargantas se resecan de emoción y las palabras se quiebran, salen rotas, adulteradas por el deseo, agobiadas por la visión de ese cuerpo enorme —enfundado en un vestido rojo como una llama— que se contonea cimbreante ante sus ojos, que ondula el aire con los movimientos circulares de sus redondeadas formas.

Amo a Carrasco con mi alma y con mi carne, con la fuerza de los mares...

Y Rocío canta: «Cómo yo te amo, nadie te amará. Yo te amo con mi alma y con mi carne. Yo te amo con la fuerza de los mares...». Sus grandes manos, de hábiles y estilizados dedos, recorren sus muslos, acarician sus caderas, se cierran en la fina cintura, trepan locos por su desmesurado pecho y alimentan las doloridas memorias de los mariquitas sobre lo que pudo haber sido y no fue. La tibia niebla de su canto apasionado cae sobre ellos, como un manto protector, arrojándoles al sueño agrietado de su helada realidad.

Ella canta al amor, se mueve, se acaricia. Ellos gritan, gimen, se desgañitan en piropos que vuelan hasta ella. Trepan sus palabras lampantes por su cuerpo pleno y cubren de mariposas sus móviles caderas. Como el agua que lame la proa de un barco, ellos la rodean, la cercan, la susurran de lejos su entusiasmo.

Mariquitas sensibles al olor de la hembra, de atuendos cuidados, pestañas rizadas y gestos exagerados. Son insectos luminosos —seres engalanados de ansias y pudor— que revolotean a su alrededor estremecidos por el imposible y acuciante deseo de haber sido ella. Agobiados —en sus voces quebradas— por el hecho real de ser sólo ellos.

Mujer hermosa y altiva, como un amanecer rosado de esperanzas, en ella se concentran los anhelos fallidos de estos hombres de redondas miradas verdes de caramelo. Y en las orillas onduladas de su cuerpo chocan sus sueños, quebrándose en agonías que se deslizan por los muslos de nácar de Rocío hasta caer —rotos— a sus pies de reina que reparte coronas de sueños y alegrías.

EN EL INTERIOR, UNA MUJER DE SOL Y SOMBRA

Rocío Jurado —dama de los contrastes—, en su nombre se encuentra ya la clave para entender su misterio. Ella es fuerza y debilidad, hielo y fuego, miedo y valentía. Rocío es el frescor, la suave sombra que habita en su interior. Rocío es la palabra que muestra el duro contraste de una mujer redonda y afilada al mismo tiempo, que ofrece hacia el exterior la imagen desbordante de un ardor enrojecido, de un loco y apasionado desenfreno.

«Yo, soy una mujer de sol y sombra; nunca de semiluz. Cuando canto me emociono un montón y me dejo llevar, como una ola. Soy un desastre para eso. Me tengo que poner las riendas a cada rato, porque sin ellas soy peligrosa. La emoción me desborda y me desboco. Es que yo soy así: o sol o sombra.»

En su tibio interior, donde crece y lucha su debilidad y su fuerza, Rocío alimenta una inmensa comprensión hacia ella misma y hacia todos los que la rodean: «Yo, de niña, era tímida, muy tímida, muchísimo. Y muy miedosa, en el sentido de que era muy responsable porque no quería nunca meter la pata ni hacer el ridículo, todo esto lo he tenido que ir superando en mi profesión porque me creaba unos problemas tremendos.»

El hombre posee una sexualidad mucho más fuerte y potente que la mujer; tiene más necesidad

«Por eso yo pienso que me pongo tan nerviosa cuando voy a actuar: me sigue ahí dentro esa timidez, y como tengo que dar una imagen que yo misma me he creado, porque es una imagen que gusta mucho y además es también algo muy mío, tengo que luchar con todas mis fuerzas para sacarla.»

Entonces aparece radiante la Jurado, esa mujer huracán que levanta pasiones a su paso entre todo su público: hombres, mujeres y esa corte de mariquitas a los que ella adora: «A mí, cuando actúo y ellos me dicen cosas, me producen mucha ternura. Ellos son una gente con una sensibilidad "demasiao". Tienen la sensibilidad mucho más desarrollada que otras personas, no sé por qué. Quizá sea porque se sienten marginados, aunque ya no lo estén tanto.»

«La persona que se siente sola siempre es más sensible a cualquier cosa. Ellos saben que yo les entiendo y que les respeto como seres humanos, a todos nos ha hecho Dios. Lo mismo ha hecho a las hembras, que a las señoras lésbicas, que a ellos. Para mí son seres normales, sólo que sexualmente tienen gustos distintos, y se acabó.»

«Como se sienten comprendidos por mí y represento a una mujer admirada por cierto tipo de gente, pues a lo mejor ellos quisieran ser como yo, hay un poco de todo. En el mundo del espectáculo es donde se me vuelcan. En algunos momentos crean y viven personajes extraños. Son seres muy tiernos. Yo, cuando actúo y me piropean, si me valiera, les daba un beso a cada uno.»

Rocío —dama de los contrastes—, en ella luchan las fuerzas contrarias, desencadenando huracanes rojos que fluyen, incontenibles, desde su pelo de lava hasta las más frescas y recónditas profundidades de su oculto y desconocido interior. Mujer de cuerpo entero —tímida y lanzada al mismo tiempo— por sus venas circula una sangre que abrasa —llena de sol— y en sus recovecos —de sombra— calma su ardor. Hielo y fuego; así es Rocío por dentro y por fuera, de los pies a la cabeza.

LA CABEZA, SOBRE LOS HOMBROS

Tiene un rostro de formas angulosas y potentes, su nariz es fina y agresiva. La boca —pintada de rojo fuego— puede ser una espada afilada cuando se enoja o el mágico umbral que permite el acceso a un mundo de insospechados y sorprendentes tesoros. Su sonrisa es amplia y generosa, como toda ella. La maquilla un hombre de delicadas maneras y mano certera —Tarim's— y utiliza los colores que ella inspira: cobre rojizo, bronce, oro y un fondo nácar para su blanca piel.

Con el pelo al viento, teñido de un color rubio cobrizo, va por la vida levantando oleadas de entusiasmo.
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Con el pelo al viento, teñido de un color rubio cobrizo, va por la vida levantando oleadas de entusiasmo.

El pelo, al viento —cómo una ola de lava— se lo arregla siempre Juan y lo lleva teñido de un color rubio cobrizo. Piensa que a los hombres les gusta «mi pelo, la boca y más mi forma de mirar que mis ojos en sí». En su cabeza, firmemente asentada sobre un cuello seguro de su cometido, bullen sus recuerdos, sus ideas y una enorme dosis de sentido común: «Nunca acabaré de conocerme a mí misma, siempre aparecen cosas nuevas. El día que me conozca del todo será porque ya me he ido.»

Nació en Chipiona, «un 18 de septiembre de un año maravilloso». Cuando habla de sus primeros doce años en este mundo «me pongo muy profundita», porque creció en «una familia fabulosa y todo mi principio, mi base, mi raíz, parte de ahí», de la unión y el amor con sus padres y sus dos hermanos, Gloria y Amador. Y, ahora, transcurridos los años, siguen unidos «como una piña».

Vivían en una casa muy pequeña, «dos habitaciones nada más, una cocina, donde hacíamos la vida, y un patio precioso con un olivo; éramos gente muy, muy pobre». Su padre, que era zapatero, murió a los treinta y seis años, cuando Rocío tenía doce, «mi infancia, hasta entonces, fue el periodo más feliz de mi vida». «A partir de la muerte de mi padre, un horror.»

En su inocencia de niña, Rocío rezó para que su padre recobrara la vida, pero el milagro no se realizó. «Fue un derrumbamiento tan grande de todo mi mundo que, entonces, de repente, vi toda la verdad, tal y como son las cosas.»

Y así, de sopetón, la niña se convirtió en mujer, llena de sufrimiento, «mi madre se quedó deshecha, desvalida, y yo, a pesar de que mi abuela nos ayudó, me hice cargo de mi familia y me puse a trabajar en lo que pude: en el campo, de zapatera y de modista».

Pero ella quería cantar, «desde muy niña quería ser artista», y consiguió que su abuela le diera ocho mil pesetas para probar suerte en Madrid. «Era una osada tremenda, con una fuerza de voluntad total, quizá por mi propia ignorancia.» Y con catorce años «me fui a Madrid con mi madre, ella siempre estuvo conmigo hasta hace tres años que murió. Luché sin descanso. Quise demostrar mi razón».

Empezó su carrera artística junto a Pastora Imperio, «hacía tres cuadros flamencos cada noche, ganaba trescientas pesetas diarias». Luchó con ahínco hasta conseguir ser la Rocío de hoy, «en la vida, todo me ha costado Dios y ayuda; yo no tengo suerte». «Lo que pasa es que la he llamado con tanta fuerza, que no ha tenido más remedio que venir alguna vez.»

En su lucha, uno de sus grandes enemigos ha sido ella misma, porque «muchas veces he dudado de mi capacidad profesional», y en esos momentos «me quería morir». Por otro lado, no siempre ha conseguido lo que quería, «hay cosas que he deseado mucho y no las he alcanzado y cuando lo recuerdo me duele».

Su cabeza le trae muchos quebraderos de cabeza, porque «yo desearía ser un hombre cuando tengo que actuar para no maquillarme ni lavarme el pelo tanto, ni tanto rulo, ni tanto arreglo, ¡uuuuf! en esos momentos me gustaría ser un señor, una ducha, ese pelo p'atrás y p'alante... ¡Qué alegría! Por lo demás, me encanta ser mujer».

Su atractiva cabeza, que tantos sueños quita, que tantas cabezas desvela, piensa que «una combinación de amor-pasión y amor-amistad es lo perfecto». «El amor debe ser un compendio de todo lo que necesita un ser humano: el amigo, el padre, la madre, todo reunido en un ser; y mucha pasión y mucha risa, que te brinque el corazón.»

No fuma cuando tiene que cantar, y normalmente, bocaliza en el camerino durante una hora antes de la actuación, «para templar la voz». La parte del hombre que más le gusta es «el hombre entero» y de la mujer «los ojos».

Comprendo las pasiones humanas, entiendo a homosexuales y lesbianas

Rocío no se considera machista, «pero mi marido sí lo es y las mujeres tenemos mucha culpa del machismo». «Los hombres han estado siempre marginando a la mujer. A mí me parece una barbaridad que la firma de una madre no sirva para nada sin la del padre, por ejemplo, para el pasaporte de mi hija, no pude firmar yo, ¡no hay derecho!»

Cree que su vida es «un escaparate», siempre cuidando su aspecto, por eso, a ella, que no le gusta «escandalear», cuando sale de comprar le encanta pasar inadvertida, escondida tras «unas gafas oscuras, con un pañuelo y arrebuja en un abrigo».

Confiesa que «mi sinceridad me da muchos problemas», pero los soluciona porque, aunque «la vida que yo llevo es muy difícil, muy cansada, tengo un gran dominio de mí misma para autosuperarme cuando ya no puedo más, que son muchas-veces».

CON SU VERDAD POR DELANTE

La Jurado alberga en su portentoso pecho un inmenso corazón. A pesar de lo cual no se considera una mujer «enamoradiza». «De verdad, enamorarme de verdad, sólo me ha pasado dos veces en mi vida.» Ahora recuerda con tranquilidad su primer amor, pero cuando terminó con él «me quedé muy crispada y muy mal». Fue una historia muy larga, «me duró muchísimo, casi empezó recién salida de Chipiona». Pasaron muchos años de amor, pero llegó el final y con él la depresión, «al poco tiempo de romper, conocí a Pedro».

Pedro Carrasco consiguió que otra vez le brincara el corazón, «de amor horroroso, maravilloso, de momento, y luego, asentándose cada vez más con el tiempo». Conoció a Pedro en un festival benéfico que dieron en las Ventas «me brindó su vaquilla». Rocío estaba recién operada de la garganta y no podía hablar; al terminar la corrida, todo el mundo se le echó encima para pedirle autógrafos. «Yo avancé hacia la barrera y me di un golpe con un hierro en la cadera, sentí un dolor muy agudo y me aguanté sin chillar, porque me preocupaba mucho mi voz, y por aguantar el grito y el dolor me desmayé.»

En su pecho esconde un corazón «inmenso», a pesar de lo cual no se considera una mujer «enamorada».
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En su pecho esconde un corazón «inmenso», a pesar de lo cual no se considera una mujer «enamorada».

La llevaron hasta el patio de caballos y cuando volvió en sí y abrió los ojos «vi que quien me tenía en sus brazos era Pedro, le miré y le dije bajito, muy bajito: "vente a tomar café a mi casa."»

Y con esa mirada que venía de otro mundo, los dos se enamoraron, «y nos hubiésemos casado enseguida si no hubiese sido por mi trabajo, pero lo hicimos al año y pico».

Se considera muy apasionada, «yo me entrego ¡con todo mi corazón, con todo mi ser, con toda mi mente!» Pero no es celosa ni posesiva, y Pedro «tampoco, y además ¡es que no tiene motivos para serlo!» Rocío ha tenido que dar muchas calabazas a lo largo de su vida, pero «yo digo que "no" cuando hay que decirlo, aunque lo digo la mar de bonito, pero lo digo». Y ella cree que «alguna vez me han dado calabazas a mí, pero han sido calabazas camufladas».

Se le encoge el corazón -cuando está de gira- de tanto estar sola; «hay momentos en que me siento fatal». Porque a ella le gusta sentirse rodeada de los suyos, «con mis hermanos y Pedro». Declara a los cuatro vientos que no ha vuelto a ser «totalmente feliz nunca del todo», como lo fue de niña, hasta sus doce años. Entonces, vivía «inconsciente de la realidad, como en una nube». Luego, «he tenido momentos buenos, momentos felices, pero de esa felicidad que dices: ¡aaaaah!, así no, nunca más. Siempre hay algún pesar».

Se emociona cuando interpreta una canción de amor, «lo que digo lo siento, y luego, cuando noto que el público que está ahí también siente como yo, que he logrado transmitir mi emoción, entonces, no hay palabras... es el duende, el veneno, el gusanillo; no se puede definir».

Cuando actúa lo hace con todo su cuerpo, pero sus brazos y, sobre todo, sus manos tienen especial importancia para ella, «no las uso porque sean bonitas, las uso porque las necesito». «Son una necesidad de mi expresión.»

Sabe que su pecho es una parte de su cuerpo que levanta llagas de pasión entre su público, «si estas "cosas" que tengo yo sé que gustan, que llaman la atención, pero tampoco es para tanto», y se ríe divertida, entornando los ojos, consciente de su «poderío».

LOS GOLPES BAJOS

Tiene una niña pequeña y, ahora, cuando su bebé la mira a los ojos y le dice: «¡Mamu!», «eso es lo que más me emociona, con ella me derrito como la mantequilla al sol, y es que me pasé nueve meses con ella dentro, abrazándome la tripa, adorándola». Cree que la maternidad no la ha cambiado, «me ha enriquecido», y quiere «tener un niño más», porque «ser mamá para mí ha sido mi realización más completa como mujer, porque el sueño de mi vida, aparte de mi "artisteo", era ser madre». «Yo he tenido el sentimiento maternal muy arraigado desde chica, quizá por cuidar a mis hermanos cuando tuve que hacerlo, tan pronto.»

Y como es nostálgica, «me encanta mucho recordar», y melancólica «soy un rebujito», los ojos se le tiñen de pasado cuando vuelve a revivir con sus palabras sus catorce años. «Yo ya era madurísima a esa edad, porque a los doce años la vida se había encargado de decirme: "esto es la verdad", y pasados dos años yo ya era una mujer responsable.» «Aunque tengo aún cosas de mi niñez, que llevo dentro formándome el carácter, a veces soy como aniñada.»

Me tengo que poner las riendas a cada rato, porque sin ellas soy peligrosa; la emoción me desborda y me desboco

Su transformación mental vino acompañada por el físico, «empecé a cambiar con doce años, fue todo junto, estaba empezando a ser mujer, porque antes era como un "refregador", completamente lisa, no tenía ni el brotecillo típico, y de repente vino todo junto: la verdad, la muerte de mi padre, ser mujer».

Y no le asustó su transformación, al contrario, «me encantó, lo necesitaba». «Sentí un gran agradecimiento a la naturaleza, quería más, aparentar cada vez ser mayor para poder hacer todo lo que tenía que hacer.»

A esta mujer de Chipiona le parece que «el hombre tiene una sexualidad mucho más fuerte y potente que la mujer; tienen más necesidad». «Yo es que no soy una mujer muy sexual, aunque represente lo contrario por mi imagen. Es verdad, yo soy una mujer bastante tranquila.»

A pesar de ello, en su matrimonio «el sexo es muy importante», porque «no concibo el amor sin sexo, y al revés, el sexo sin amor es un puro disparate». Y aunque es «tranquila, cuando me entrego, me entrego y como pareja sexual, a veces, soy un diez y otras, un cinco».

Pero sus miles de fans, que son legión, no opinan lo mismo, y la figura de Rocío, enfundada en un traje de cuero negro, con sus bellas manos en jarras sobre sus redondas caderas, les inspiran sueños fantásticos, «la mayor parte de la gente me escribe con mucho cariño». «Hay hombres que me cuentan que me tienen puesta en la cabecera de la cama. Otros me dicen que me tienen metidita en la cama.»

UN PAR DE PIERNAS

Lleva ya muchos años asentada firmemente sobre sus piernas, con los pies en el suelo y en marcha, «la lucha no ha aflojado nunca». «Esta es una carrera de las más serviles que hay. Se da muchísimo, a veces, a cambio de nada. Sólo hace cuatro años que me van las cosas realmente bien y, sin embargo, ahora estoy luchando más que nunca.»

La de Chipiona, huérfana de padre a los doce años, abandonó su tierra, a los quince abriles, en busca de fortuna en un Madrid donde luchó sin descanso para abrirse camino.
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La de Chipiona, huérfana de padre a los doce años, abandonó su tierra, a los quince abriles, en busca de fortuna en un Madrid donde luchó sin descanso para abrirse camino.

No está segura de haber llegado, «siempre creo que estoy en el primer día de mi carrera». «Me creo problemas; son esos días de las inseguridades, entonces me resta facultad.» Lo que le mueve, lo que le hace caminar es «el éxito, el éxito me encanta». «Yo paso el calvario: llego al escenario después de las tres caídas, me crucifican, me aplauden y lo doy por bien hecho.»

Como hay dos Rocíos, ella tiene dos casas, «una en Madrid, que es mi hogar, y otra en Chipiona, que es mi tierra, mi finquita». Le gusta gastarse el dinero en pieles y a la que más cariño tiene es a «una capa blanca de visón que es muy bonita».

Si tuviera que elegir entre su familia y su trabajo, como le ocurre a muchas mujeres, se quedaría siempre con «mi familia, incluyendo a mis hermanos, pero ellos no me lo pedirían nunca porque saben que mi vida es mi "artisteo"». Cuando pasea descalza por la playa «dibujo siempre el ocho, es mi número», y los colores que más le gustan son «el rojo fresquito y el blanco, que es la pureza, lo infinito». Y nuevamente resurgen las dos Rocíos que viven, contradictorias, en su interior.

No le gusta hablar de proyectos porque, esta mujer sensata y razonable, es también «muy supersticiosa». Y lo importante para ella, de verdad, es «cantar, estar en contacto con la gente, hacer cosas, evolucionar». Y vivir, y luchar. Rocío -dama de los contrastes -, mujer de sol y sombra, mujer de cuerpo entero, de los pies a la cabeza.

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