Entrevista quiromántica

Hablan las manos de Rocío Jurado

«No me gustan las medias tintas»

por Aurora López Carmona

Hablan las manos de Rocío Jurado
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Hablan las manos de Rocío Jurado

«¡Cuidado! Perro peligroso, llamar al timbre». Y como a las cinco de la tarde nadie tiene ganas de vérselas con perros ni cosas por el estilo, pues llamamos al timbre, al timbre del inmenso chalet de Rocío Jurado y Pedro Carrasco. Desde la puerta viene Pedro a abrirnos la reja diciéndonos que lo del perro no es broma y que Rocío, su Rocío estaba acostada.

—Yo no sé si Rocío, recién levantada, va a dejar que la hagáis nada, ya sabéis cómo son las mujeres y Rocío pa esto es muy especial.

—¿Tú crees en la quiromancia, Pedro?

—¿Y eso qué es?

—Leer las líneas de la mano.

—¡Ah! Pues yo ni creo, ni dejo de creer, es como la religión, unos creen y otros no.

Y Pedro cree, ¡ya lo creo!, en la religión católica. Pedro cree en Dios porque en algo tiene que creer y porque esta vida con Dios tiene un sentido. Con Dios y con su Rocío... que no acaba de bajar. Y Pedro sigue hablando y salta de un tema a otro y de repente empieza a hablar de la libertad: «Ya estoy harto de oír a la gente decir lo que es la libertad y nunca nadie me ha explicado claramente qué significa», y yo le digo que es más cuestión de sentirla que de que la expliquen y Pedro dice que todo el mundo dice lo mismo y que él no concibe la libertad sin orden, que lo que se entiende ahora por libertad que no es nada, y que lo que nos hace falta es respeto y etcétera, etcétera...

Y, claro, como no vamos a arreglar el mundo pues vuelvo a sacar la quiromancia que es a lo que íbamos, y no a descubrir la vena filosófica de Pedro.

—A mí no me la lees, entre otras cosas, porque tengo las manos destrozadas y porque ya me han dicho varias cosas, ¿qué cosas?, que me muero antes que Rocío y no quiero ni saberlo...

Pedro sólo me deja que le eche una ojeada suficiente para ver hasta dónde llega su línea de la vida y le digo honradamente que no es muy larga. «Sino te digo que me lo han dicho ya, ¡vamos, que la parmo, que Rocío ve mi entierro!» Y aparece Rocío y que no, que se acaba de levantar y no quiere dejarse fotografiar, ni leer las manos: «Que mira como estoy, chiquilla, que no puedo salir así, que parezco una muerta con permiso, que no, que no, que a mi no me ve nadie así, que mañana venís y yo os recibo como Dios manda, pero así no».

—Mira, Rocío, que hemos venido a leerte las manos y que para esto no hace falta que te arregles.

—Pero mi arma, tú qué quieres, que salga yo con estas manos... No tengo hecha ni la manicura.

—Pero Rocío, que da igual, que por mucha manicura que te hagas las uñas no van a cambiar.

—Sí, ya lo sé, chiquilla. Pero así no salgo.

Pedro asiste y calla como si ya se supiera la historia de memoria y es que Rocío es mucha Rocío y le gusta aparecer como Dios manda... y por lo visto le debe mandar mucho.

Y por fin se deja con la única condición de que no le hagamos ni una foto. Le digo que algunas fotos son imprescindibles y entre bromas, porque Rocío no dice tres palabras seguidas si no suelta una de las suyas, dice que bueno, pero que sólo de las manos.

—Anda, siéntate ya —le dice el fotógrafo— que te gusta a ti mucho darle al pinganillo ese. (El pinganillo es la cámara, se entiende.)

Empiezo a mirar las manos de Rocío, puntiagudas y largas pero delicadas. Le digo que el arte es lo suyo y, como ya lo sabe, ni se sorprende. Veo cantidad de líneas que van de un sitio para otro y que hablan de un carácter complicado.

—Rocío, eres mucho más complicada de lo que aparentas.

—Es que es lo que pretendo, Pedro, que esta mujer se creía que yo era mu sencilla, dile tú, anda... (Pero Pedro no dice nada y hace un gesto aprobando lo que dice Rocío.)

—Eres muy extremista, Rocío.

—Yo sí, a mí las medias tintas nada, lo que pasa es que en esta profesión a la fuerza hay que andar con medias tintas.

De tonta Rocío no tiene un pelo, su pulgar es largo y fuerte y eso significa que sabe muy bien lo que quiere y cómo conseguirlo.

Le digo que el Monte de Venus lo tiene inmenso.

—¿Y qué le pasa a mi Monte de Venus?

—Que cuando se tiene así de abultado y con tantas líneas, significa que eres muy apasionada y que te va la marcha.

—¡Pos claro! Y mis dedos, ¿qué les pasa a mis dedos?

—Pues que los tienes muy largos y que entre otras cosas te podrías dedicara dibujar.

Y toda contenta por lo que acabo de decirle me dice que ella se diseña sus modelos: «Vamos, que soy muy manitas».

Le digo a Rocío que su vida no ha sido un camino de rosas y que ha tenido que trabajar mucho para llegar adonde está y que además su línea de Marte indica que es ella la encargada de sacar a mucha gente adelante y es que Rocío tiene un anillo de la familia perfectamente dibujado y se siente obligada moralmente a ayudarles porque, a pesar de que en las cosas materiales es bastante fría, la línea del corazón de Rocío es como un volcán que le estalla en la mano. En el terreno de los sentimientos cualquiera se la puede gastar a Rocío y dice que si, que eso es más verdad que la Virgen de Regla.

Rocío escucha pero tiene ganas de hablar, ya no se acuerda de que está cansada y habla, y habla, y me dice que no puede ver sufrir a la gente, que cuando ve por la calle que alguien pide o que tratan mal a alguien que se pone histérica.

—Mira, viendo «Holocausto» me pongo enferma; al rubio ese, al rubito que sale me quedo yo con la gana de darle un pisotón bien fuerte que le duda, que sepa lo que es un pie bien plantado.

Y seguimos:

—Dentro de dos años llegas a la etapa más importante de tu vida, Rocío.

—¿Tú qué edad me echas?

—Yo, de verdad, de verdad, te echo treinta y dos.

—«Pues treinta y tres voy a cumplir, pero pa la prensa, pa vosotros, veintisiete, no pienso cumplir ni uno más.»

—Chiquilla ¿y esta cruz que tengo aquí? (Me señala una cruz entre la línea del Corazón y de la Cabeza).

—Pues esa cruz no es ni más ni menos que un amor que tuviste y que te dejó huella Rocío.

—¿Huella?, como que estuve siete años mu mal, pero Pedro lo sabe, ¿eh? Y nos habla de Pedro, que Pedro es un hombre muy especial, que no es el típico boxeador, que ella si hubiera sido así no estaría con él. «Y además que Pedro está muy enamorado de mí.»

Le digo que no es en broma, que Pedro tiene la vida mucho más corta que ella.

—¿Y qué hago yo sin mi Pedro?

—Pues no lo sé, por lo pronto, mientras te dure, disfrútalo que para eso tienes una cruz en el Monte de Júpiter que significa que tienes un matrimonio feliz.

—Sí, eso sí, al menos hasta ahora. ¿Y de enfermedades y eso, qué me ves?

—Pues un pequeño bache hacia los cuarenta y pocos.

Y la vejez. A Rocío le interesa la vejez y le digo que es tranquila porque su línea acaba plácidamente, la línea de la vida, y Rocío dice que la ilusión de su vida es retirarse a una finca que han comprado por Chipiona y descansar, pero que todavía le queda mucho y que lo sabe. Le digo que no trabaje tanto y me dice que no tiene más remedio, que el dinero no viene del cielo y que mientras pueda seguirá gala que gala. Se sabe inteligente y lo es, y sabe que lo suyo lo puede hacer bien. Tan bien que ya está pensando en encargar un hermanito para su hija. «Que es lo que más quiero en este mundo, como Dios manda...»

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