Historias de la copla

Rocío Jurado (1)

por Carlos Herrera

El cine no le ha dado nada a Rocío. Lo mejor de sus películas son las canciones que interpreta. Rocío Jurado en plena actuación.
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El cine no le ha dado nada a Rocío. Lo mejor de sus películas son las canciones que interpreta. Rocío Jurado en plena actuación.

No sé yo en qué sitio se encuentra la razón del poderío. A veces pienso que ni siquiera sé lo que es. Me ocurre lo que a San Agustín con el tiempo, que decía que todos tenemos de él una idea aproximada, pero que ninguno sabemos explicarla. El poderío no es más gritos, ni más volumen, ni más esfuerzo, ni más pecho, ni más lloro, ni más desgarro. No es concebir este arte como una permanente caricatura, aunque algunos y algunas vivan en ella, ni es saltarse a la torera las más elementales reglas de enjundia en nombre de interpretaciones novedosas. Sé bien lo que no es, conozco sus deformaciones y adulteraciones, sé, incluso, quién abusa de él, arrogándose tontamente su propiedad, pero no sabría darles, en cambio, definición académica, conceptual y literaria.

Supe del poderío cuando la vi a ella, a la chipionera Rocío Mohedano Jurado, a la que gira la cabeza como las fieras vigilantes, la que abre el compás como los toreros, asentando sus reales en las tablas, la que hace de su mirada un visillo entreabierto con color moscatel, la que en su garganta cría limones verdes, la que resuelve en una palabra mucho tiempo de desconcierto. Entendí que aquello era lo que el género había querido de sí mismo: unas condiciones poderosas envueltas en unas maneras adecuadas. En una palabra: poder.

Fernando y Rosario le enseñaron a cantar, uno mientras ponía medias suelas y la otra en lo que arreglaba la casa. En Chipiona, donde el Guadalquivir se acaba de despedir, se criaron tres hermanos, hijos de un buen hombre y de una buena mujer, hijos también de un tiempo duro y poco generoso con los suyos. Rocío nació cuando acababa el verano del 44. Supongo que decidió pronto que había nacido para cantar; eso, cuando se sabe, se sabe enseguida, hace que cantes en cualquier reunión familiar, ante concentraciones de más de tres, a los compañeros de escuela, a los sorprendidos paseantes, al señor cura en las misas y al guardia en las calles; eso es algo que no se puede guardar dentro: dentro quema.

EL PRIMER CONCURSO

Rocío se presentó a un concurso de Radio Nacional de España en Sevilla que, lógicamente, ganó. Fue el primero de una serie interminable. Nadie se ha presentado a tantos concursos como Rocío Jurado (tampoco nadie ha ganado tantos, claro); tan sólo pasó un año de lo de Sevilla y ya estaba ganando el de Arte Flamenco de Jerez de la Frontera cantando «Fandangos en Huelva». Pero aquel primer concurso tuvo que ser muy especial. Ya era Sevilla, y su auditorio no era el de la tienda de comestibles de su abuela; la habían escuchado cantar «Mañana sale», con sus décimos y su mantón, y habían decidido que para ella era el primer premio, las doscientas pesetas, el traje y la botella de gaseosa. Cuando se le acabaron los concursos regionales Rocío puso sus ojos en Madrid. No era fácil lo que proponían: Fernando su padre, había muerto, quedando la familia sólo con la calle para correr; ir a Madrid suponía desembolsar un dinero no se sabía con qué suerte, amén de poderse llevar un chasco muy gordo. Su abuelo fue el que aportó la modesta cantidad de ocho mil pesetas; con ellas tomaron rumbo a la capital, como en tantos otros casos, madre e hija, Rosario y Rocío, por si el éxito pasaba por donde ellas y lo podían saludar. La Academia de Quiroga era la meca y la meta, allí donde todas iban a buscar una papeleta para el sorteo de la gloria. Únicamente ocurrió que Quiroga sólo se ponía de vez en cuando y con casos muy concretos; tenía varios colaboradores que le llevaban las clases y que impartían las correspondientes lecciones. A Rocío le tocó un colaborador que parece que no puso demasiado esfuerzo en hacer de ella un estrellón.

El dinero se acababa, la pensión acumulaba la cuenta, y la niña no era artista. Suerte que allí estaba Pastora Imperio, siempre señora, por encima del bien y del mal, ya leyenda, dedicada a su tablao, «El Duende», en Señores de Luzón 3, donde igual alguna noche sorprendía a sus íntimos levantando los brazos y causando un estropicio en sus almas, Pastora contrató a Rocío para su coro flamenco, cosa que jamás, digo jamás, ha olvidado la Jurado. El sueldo era de trescientas pesetas diarias, que, sin ser una fortuna, sí aliviaba las boqueras, Si Rocío no hubiera sabido flamenco, allí hubiera podido aprender: hacer palmas a Caracol, Mairena y Terremoto es como transcribirle los poemas a Lorca, llevarle la mano a Murillo o moverle a Dios el azúcar de su café. Y efectivamente se aplicó, porque Rocío canta flamenco muy bien; es cierto que unos palos le salen mejor que otros y que su compás no es gitano, no lo voy a discutir, pero es más cierto que su voz va adquiriendo un rajo estremecedor y poderoso, rajo de más de cinco mil seguiriyas, que decía precisamente Terremoto; canta los palos de su tierra gaditana con una gracia envidiable: cantiñas, mirabrás, alegrías...; canta los de ida y vuelta con una musicalidad que tienen muy pocos; los fandangos los hace magníficos, enjoyados, variados, igual que los tangos, igual que todos los cantes libres.

ROCE CON LA PIQUER

Llegó su primera oportunidad en forma de película: «Los Guerrilleros», junto a Manolo Escobar. Hombre, no era una superproducción de «Jolivú», pero para algo sirvió: le cogió el truco a las cámaras y a las luces. Más le sirvieron las coplas que le compuso Juan Solano y que le escribió Rafael de León: «Rosa y aire» y «Un clavel», inicio de una colaboración fructífera e incomparable que fue grabando en su segundo disco.

El primero contenía coplas de la Piquer, con quien Rocío había tenido un encontronazo muy al uso de la valenciana: la Jurado, siendo muy novata, pudo visitar a la Piquer en su casa de la Gran Vía de Madrid; se puso al piano Luis Posada, maestro de la primera, que luego lo fue de Rocío, para que la de Chipiona le cantara algunas cosas a Concha. Así lo hizo. O la Piquer estaba aquel día torcida o no le gustó que la jovencita le cantara sus coplas pero el caso es que la despachó diciéndole: «Tu triunfarás porque tienes mucha cara», amén de otras lindezas que cuenta Rocío. Claro, yo a la Piquer no le escuché contar su versión, con lo que sólo puedo contar ésta, pero me fío. Decía que la discográfica le hizo cantar «Tatuaje», «Ojos verdes» y otras. El disco está ahí para demostrar que las canciones de la Piquer quien mejor las cantaba era la Piquer. Con el segundo disco llegó la Rocío personal e intransferible, la que ya daba avisos de lo que iba a ser, la Rocío de cuchillo y espada, la de con ruedas de molino, la de te quiero y te quiero, la Rocío que empezaba a deparar los mejores momentos de la copla, la que recogía la mejor tradición de Juana y de Lola, entonces en la cumbre.

«TENGO MIEDO», UN CLÁSICO

Sus correrías por España comenzaron de la mano de Enrique Vargas, el soberano Príncipe Gitano, que, como sabemos, iba dejando canciones a los demás según tuviera el día. Dejó el «Po-rompompero», dejo «Tengo miedo» y dejó algunas más. El día que dejó la segunda estaba allí Rocío, que prudentemente la recogió. Hizo de ella un clásico. Hoy es un clásico de la copla, como lo es «Mi amigo», como lo es «Tus cinco toritos negros», como lo son sus primeras canciones, nacidas casi siempre del torrente de creación de Juan Solano, capaz de ponerle música a la guía telefónica, unas veces con Rafael, otras con Ochaíta, lleno siempre de exuberante lirismo, otras con Benítez Carrasco (mi querido Manuel, me debes un libro, no me olvido, a lo hermoso nunca se renuncia).

Su primer espectáculo se tituló «Rosa y aire», igual que su primera copla, aunque su mejor puesta en escena llegó un par de años después, cuando estrenó junto a Rosa Ferrer el espectáculo «Pasodoble» en el madrileño Teatro de la Zarzuela. Se dio de él debida cuenta cuando se abordó la figura de la Ferrer. Fue, a decir de quienes lo vieron, inolvidable, tal vez lo mejor de su tiempo. Se creó una rivalidad muy de mano a mano taurino, muy de dos formas distintas de entender este arte. Rocío interpretó una de sus coplas preferidas, una de las más sentidas y dolidas, que inmortalizara Juana Reina con su decir primoroso, una de las que canta mas sinceramente: «Callejuela sin salida», una obra cumbre.

Antes ya había rodado un par de películas perfectamente olvidables: «Proceso a una estrella» y «En Andalucía nació el amor». El cine no le ha dado nada a Rocío. Veremos lo de «La Lola se va a los puertos». Lo demás es absolutamente prescindible. Rodó otra Lola, la Lola que llevó Juana Reina al emporio del éxito: «Lola la Piconera», en la que lo mejor, como en las demás, son las canciones que interpreta. La misma copla que da título a la película, cantada por Rocío, es una explosión incontenible y fresca de la mejor copla, de la mejor tradición, de lo mejor de lo mejor, igual ocurre cuando canta «La Zarzamora» o «Carmen de España», canciones que en otra suenan siempre ajenas y prestadas y que en la voz de Rocío parecen recién bruñidas.

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