Después de cumplir sus compromisos taurinos en Colombia, José Ortega Cano se trasladó con su mujer, Rocío Jurado, al apartamento que la cantante tiene en Miami. Allí disfrutaron de un merecido descanso y celebraron su primer año de matrimonio por todo lo alto. Y también un poco más abajo.
Acaban de regresar a España con el dulce sabor de una segunda luna de miel sosteniendo su sonrisa, luna entre cortada de corridas, las de Ortega Cano en los ruedos de Colombia, pero luna al fin, felices ellos, que de alguna manera habían de festejar su primer año de casados. Hasta la mismísima Rociíto y su benemérito novio, Antonio David, estuvieron unos días en Cartagena de Indias acompañando a la feliz pareja en el ajetreo caribeño de sus particulares celebraciones. Pero bastó que terminaran los compromisos taurinos de José para que se marcharan solos a Miami —es decir, sin la niña ni el guardia civil—, a fin de disfrutar abiertamente de cuantas locuras se les puede ocurrir a un torero y una tonadillera que lleven un año entregados a lo más cañí de la leyenda.
Fue allí, en la piscina del edificio donde Rocío Jurado tiene su apartamento, donde pudimos comprobar que, entre las muchas alegrías con que se correspondió la pareja, se encontraba el baño desnudo de la diosa de Chipiona, vigilado de cerca, y con la toalla cual si fuera capa de sus faenas, por el diestro cartagenero, avisado como andaba de que las cornadas de los teleobjetivos son incluso más imprevisibles que las de los astados a los que se enfrenta. Y es que ni el mismo Bergamín hubiera llegado a imaginar que de la música callada del toreo a veces resuenan compases propios para componer la tonadilla de un folclórico cuerpo, como el de Rocío, insinuado apenas en esta ocasión, pero felizmente insinuado.
Un dulce baño, eso sí, de los que envidiaría el más común de los mortales. Tanto más, si se mira desde este rincón de Europa azotado aún por los frentes fríos, las bajas presiones y los altos visones tras los que se esconden las famosas del couché, tan níveos como el que nos mostró Rocío a su llegada a España, advertida de que esto no es Hollywood —así lo aclaramos en sección aparte—, ni mucho menos Miami, con esas piscinas que invitan a darse un fresco chapuzón en plan anuncio de limón salvaje y tropical.
Lo cierto es que, a lo peor, le sentó mal eso de solazarse desnuda en la piscina miameña, pues, nada más llegar a Madrid, la cantante se desplazó a Sevilla para someterse a un chequeo de sus cuerdas vocales. «Una revisión rutinaria», comentó Rocío a la prensa.
Ojalá que sólo sea eso, y que nos siga deleitando con su voz como hace su marido con la muleta en los ruedos. Bastante mejor que en las piscinas, por cierto.